El cambio climático altera la vida de todos los seres, la atmósfera y los océanos. Sus consecuencias son múltiples: aumento de temperaturas, deshielo, ascenso del nivel de mar, fenómenos meteorológicos extremos, emigración de millones de personas, extinción de especies. ¿Pero qué pasa con el suelo? ¿Y qué pasa, sobre todo, con las millones de hectáreas destinadas a proveernos de alimentos? Aunque resulte paradójico, el mismo efecto que nos condenó a situaciones catastróficas brindó también el escenario propicio para multiplicar la producción agraria.
Para empezar, hay que decir que la tierra es tanto agente como mitigadora del cambio climático. "Una parte de las emisiones de gases de efecto invernadero proviene de la deforestación o la pérdida de pasturas y también de las reacciones biológicas del nitrógeno", explica Miguel Ángel Taboada, director de Suelos del Instituto Nacional de Tecnológica Agropecuaria (Inta). Dañinos y silenciosos, eldióxido de carbono (CO2) y el óxido nitroso (N2O) absorben la radiación infrarroja, atrapan el calor y calientan la superficie de la Tierra.
"Pero el suelo también puede ser un mitigador porque es un gran almacén de carbono de la naturaleza. Al capturar el CO2 de la atmósfera genera el balance: por un lado emite y por otro atrapa", señala en diálogo con ámbito.com.
Al mismo tiempo, los suelos son afectados por tormentas de lluvia y tierra, aumentos de temperatura intensos, erosiones o aludes, aunque como consecuencia de distintos factores. "Está en duda cuánto de lo que pasa es cambio climático y cuánto variabilidad del clima. Las inundaciones que afectan el país, por ejemplo, se deben a causas diversas. Sumado a que está lloviendo mucho por la corriente del Niño, los suelos perdieron capacidad para almacenar el agua. Hay que tener en cuenta que en 25 años hubo un cambio de uso de la tierra que afectó a 12 millones de hectáreas, ocupadas fundamentalmente por la soja".