Más allá de su relación con el gobierno actual, uno de los logros más espectaculares (y creo que indisputables) es el de haber distribuido en forma gratuita a través del plan Conectar Igualdad casi ¡cinco millones de computadoras!
Habrá que revisar la definición de lo que significa ser alfabeto. Cuando yo era niño (y muy posiblemente cuando usted también), bastaba con saber leer y escribir para que uno estuviera en condiciones de integrarse a la vida laboral y tener acceso a un empleo digno. La historia argentina (y mundial) está plagada de historias de gente que firmaba poniendo el dedo o imprimiendo su huella dactilar. No conozco las cifras de analfabetismo que había 50 o 60 años atrás, pero no parece que hoy sea un problema acuciante en el país. Claro: eso dependerá –una vez más– de lo que decidamos que sea un piso de mínima como para que todo niño tenga las mismas posibilidades que tuve yo (y quizás usted también). El objetivo, obviamente, es analfabetismo cero.
Pero hoy, retomando lo que decía más arriba, no alcanza con saber leer y escribir. Por supuesto que es necesario, pero es claramente insuficiente. Si tuviera que improvisar un conjunto de necesidades mínimas para considerar que una persona es “letrada”, diría que es imprescindible que sepa otro idioma (además del castellano, inglés o chino, para que no quede todo reducido a lo que nos llega del país del norte), pero también, conocimientos sobre cómo programar. Es por eso que no me voy a cansar de proponer que en todas las escuelas públicas primarias y secundarias, así como es obligatorio estudiar matemática, lengua, historia y geografía, saber programar tiene que estar en la misma categoría.
Creo que sé lo que está pensando: ¿y quiénes van a enseñar a programar? Lo sé. Entiendo el problema y desde hace tiempo también que andamos a la búsqueda de soluciones, incluso como la que propuse hace un tiempo sobre la “Educación Horizontal” 1.